Traducción e interpretación gastronómica

PortadaCharla
Traducción e interpretación gastronómica

Traducción e interpretación gastronómica

Como muchos ya sabéis, hoy 29 de enero tenía previsto dar una charla organizada por la AETI en colaboración con la Red Vértice para hablar sobre la traducción y la interpretación en el ámbito gastronómico. No obstante, por razones ajenas a nuestra voluntad, hemos tenido que posponerla al día 12 de febrero. Me da mucha pena tener que esperar dos semanas más para poder hablar de un tema que me apasiona y me sabe muy mal si este cambio de última hora ha importunado a alguien. Por eso, además de pedir disculpas por los posibles inconvenientes, he decidido compensaros contándoos un poco cómo empezaron mis andaduras por el mundo de la traducción gastronómica. ¡Vamos allá!

Cuando Marga, la organizadora, me contactó para proponerme esta charla, me pidió que me centrara en la formación y, sobre todo, que contara cómo me formé yo y dónde estudié. Me hace mucha gracia cuando me piden que hable de estos temas concretos porque parece que especializarme en gastronomía hubiese sido algo totalmente premeditado por mi parte, y nada más lejos de la realidad.

En mi caso, tuve que ser totalmente autodidacta, pues no esperaba que me fuera a llegar un trabajo así y mucho menos de este calado. ¿Qué cómo empezó todo? Muy sencillo: mi colega Gabriel Cabrera, que sabía de mi habilidad en la cocina, se enteró por otra colega, Marta Franco, que en la conocida escuela de cocina Le Cordon Bleu buscaban un intérprete que controlara de cocina. El resto de la historia creo que es fácil de adivinar: me animaron a presentarme, hice la entrevista, les gusté y, hala, al tajo.

Aunque siempre me ha gustado cocinar y vengo de familia pastelera, esto no tenía nada que ver. Durante las clases se hablaba de alimentos y propiedades, de reacciones químicas, de anatomía, de tipos de elaboraciones, de técnicas, de despieces, etcétera. El único material de referencia del que disponía era la receta que se iba a impartir en cada clase. Una lista de ingredientes y una progresión muy escueta sobre la elaboración del plato. Punto.

Las clases duraban dos horas y durante aquellos 120 minutos el profesor hablaba largo y tendido de todo lo que se le ocurriera, estuviera relacionado o no con la receta, fundamento o técnica del día. No era raro que, en algún tiempo muerto mientras esperábamos a que una cocción acabara, improvisara y se pusiera a explicar alguna técnica nueva o diferente para hacer lo mismo u otra cuestión que no tuviera nada que ver y para lo que yo no estaba preparada ni prevenida como, por ejemplo, diferentes maneras de afilar cuchillos (ojo, que tiene enjundia el tema).

Yo debía improvisar sobre la marcha y salir del paso lo más airosa posible, aunque muchas veces no estaba segura de si lo había logrado. Puesto que leer la receta y buscar terminología no era suficiente, decidí ver vídeos en los que otros chefs preparaban la misma receta y me fijaba en qué explicaban durante la progresión. Anotaba todo lo que creía que podría salirme durante la interpretación y, sobre todo, intentaba entender todo lo que sucedía (los fundamentos) para poder trasladarlo lo mejor posible.

Decidí investigar también sobre todos los temas que se me ocurriera que pudieran ser susceptibles de ser abordados durante los tiempos muertos de la clase, aunque no vinieran a cuento: tipos de cuchillos y usos, cuidados del material de cocina, miembros de una brigada de cocina, rutinas de limpieza. ¡Lo que se me ocurriera! Bueno, pues siempre me sorprendían con algo nuevo.

Uno de los profesores me recomendó el libro de Julia Child, El arte de la cocina francesa, en el que su famosísima autora expuso de manera muy sencilla los fundamentos de la cocina (francesa). Gracias a este libro descubrí que, además, en YouTube estaban disponible muchos episodios de su programa de cocina para la televisión; así que, en mi tiempo libre, empecé a verlos con independencia de si tuvieran que ver o no con el contenido de las clases que debía preparar para interpretar. 

Poco a poco empecé a entender mejor lo que pasa en una cocina, a diferenciar una técnica de otra, a entender por qué se producían ciertas reacciones y me aprendí de memoria el despiece de diferentes canales (pollo, cerdo, cordero…). A medida que iba aprendiendo, descubría nuevas obras culinarias, nuevos cocineros, nuevos programas que devoraba para entender.

Así, a base de equivocarme, de improvisar, de anticiparme y de ampliar por mi cuenta acabé sintiéndome más cómoda durante las interpretaciones y más segura de mí misma. Dado que mis compañeros de profesión sabían de mi experiencia, empezaron a dar mi contacto cuando alguien les preguntaba por alguien que pudiera traducir la carta de un restaurante o alguna publicidad de productos de alimentación.

Un año más tarde, cuando el proyecto con Le Cordon Bleu ya había acabado, Elena de Trágora Formación me propuso montar un curso de traducción gastronómica para ofrecerlo en la plataforma online. Como es lógico, al principio no las tenía todas conmigo. Sí, efectivamente , había perfeccionado la técnica y me desenvolvía sin problema en encargos relacionados con la gastronomía, pero yo no tenía ninguna formación formal en el tema. Todo lo que había aprendido había sido sobre la marcha, a base de ensayo y error, de documentarme y leer mucho.

Decidí aceptar la propuesta con la condición de que me dieran tiempo para prepararlo bien, con recursos y fuentes sobre los que se sostuvieran mis explicaciones. Preparar el material no fue nada fácil pues, aunque sabía lo que quería explicar, no sabía por dónde empezar. Yo había aprendido improvisando y ahora debía ordenar todos aquellos conocimientos

Decidí empezar por hacer una lista de problemas a los que me había tenido que enfrentar y luego clasificarlos en categorías. A continuación, anoté todos los tipos de proyectos a los que me había tenido que enfrentar y los que sabía que podría encontrarme en el futuro: recetas, cartas, reseñas, publicidad, etcétera. Tomé nota de sus características, de sus necesidades y de qué problemas de mi lista inicial se daban en cada tipología de proyecto.

A partir de ahí comencé a investigar, pero me encontré con un nuevo problema: hay muy poco escrito (en español especialmente) sobre traducción gastronómica y más bien nada de algunas de las categorías concretas que había anotado. Tuve que partir de lo más genérico, lenguaje gastronómico, lenguaje de la cocina, cocina y lengua, etcétera, a lo más minucioso sorteando los obstáculos que encontraba. Por ejemplo, hay mucho escrito sobre la traducción turística donde se habla sobre la traducción de cartas (¡bien!), pero nada sobre traducción de recetarios (¡mierda!). En cambio, sí encontré artículos sobre el lenguaje de las recetas, la construcción de un recetario… no me quedaba otra que apañarme con lo que había y aplicar mis conocimientos para elaborar mis propias teorías.

Con retazos de aquí y allá de entre toda la información que recabé, empecé a redactar el material del curso. El proceso me llevó, sin exagerar lo más mínimo, un año. Un año de investigación, de búsquedas, de lecturas, de anotaciones, de clasificación de la información, de poner orden, de componer temas, de borrar todo y empezar de cero, de buscar formas de explicar mejor aquellos conceptos más complejos, de contrastar, de pedir la opinión de compañeros y de mucho síndrome del impostor diciéndome que no debería estar haciendo aquello.

Finalmente, lo que iba a ser un curso breve e introductorio de menos de 60 horas se convirtió en un curso de especialización en traducción gastronómica de 180 horas. Un curso en el que, aunque hayan pasado casi tres años de su lanzamiento, sigo trabajando para mejorarlo en aquellos puntos donde creo que algo no ha quedado claro según las reacciones de los alumnos que confían en él para formarse.

Más de cuatro años después de aquella llamada en la que Gabriel me propuso que me presentara a la entrevista de la que le había hablado Marta (ninguno de los dos se hace una idea de lo agradecida que les estoy por haber irrumpido así en mi vida), he perdido la cuenta de las cartas que he traducido y de las clases que he interpretado. He firmado la traducción de tres recetarios y tengo otros tres a la cola; varios realities de cocina se han doblado al español gracias a mi trabajo en el guion para voces superpuestas; unas cuantas guías de restaurantes han pasado ya por mis manos para ser revisadas y traducidas; las etiquetas de algunos productos frescos que compráis en el supermercado son fruto de mi trabajo y, por supuesto, sigo impartiendo clases. 

 

Se podría decir que ya soy toda una experta en traducción gastronómica, pero la verdad es que no dejo de formarme. Además de asistir a congresos de cocina, me saqué un máster en crítica gastronómica, he asistido a varios cursos de cocina, talleres sobre gastronomía que han versado sobre temas de lo más variados desde historia a feminismo en la cocina, he devorado todos los documentales y programas culinarios que he encontrado y no dejo de leer sobre el tema para seguir formándome.

Así que, cuando me preguntan cómo me formé, la verdad es que no sé qué decir porque, para ser sincera, aún sigo en ello. Y dudo mucho que deje de hacerlo. Ojalá con estas palabras y la charla del 12 de febrero muchos os animéis a considerar la gastronomía como una posible especialización. Sin duda, es un campo precioso y merece la pena el esfuerzo.

¡Nos vemos en dos semanas!